Que
Alcalá está necesitada de ARTE, en mayúsculas, es algo que se puede palpar fácilmente
sin hacer mucho esfuerzo. Podría repetirme hasta la saciedad y achucharos de
nuevo con las carencias culturales y las promesas incumplidas por parte de unos
y otros políticos, pero mejor centrémonos en uno de esos acontecimientos especiales
que de verdad sí dan lustre y brillo a nuestra ciudad: el concierto de Raphael
que tuvo lugar en la Plaza de Toros este pasado 20 de julio dentro de la
programación prevista en 'Un Verano Bajo Las Estrellas'.
En estos
tiempos que corren, nuestros oídos están bastante necesitados de calidad, de
grandeza (en incluso de grandilocuencia), de estilo... no de medianías y
mediocridades. Así que imagínense nuestra sorpresa cuando nos enteramos que el
de Linares iba a hacer parada y fonda en Alcalá de Henares para darnos a conocer
en directo su Tour 'Mi Gran Noche'... La boca abierta que se nos quedó,
señores.
Porque
sinceramente creemos que Raphael es uno de los pocos artistas españoles que han
llegado a romper los límites del tiempo, de las etiquetas y de los géneros. Y a
las pruebas me remito: ha sobrevolado modas, su obra abarca generaciones enteras (en la Plaza se
reunieron abuelos, padres y nietos) y... ¿de qué estilo va Raphael? ¿Me lo
podrían decir? No… no pueden. Porque Raphael es Raphael: un artista atemporal,
de estilo inconfundible, distinto, excéntrico y auténticamente genuino. Y como
tal personalidad genera entre los oyentes tanto el rechazo más radical como la
fidelidad más sólida... Porque no hay medias tintas con los genios.
Siempre inquieto,
ansioso por sorprender e innovar, Raphael inició este mismo año con 'Mi Gran
Noche' un ambicioso proyecto que consiste en subirse a los escenarios de nuevo
para recuperar de su amplísimo repertorio lo que él llama "las joyas de la
corona", es decir, esas grandes canciones que por una u otra razón no
alcanzaron el estatus que se merecieron en su momento y retomarlas con una
fuerza e intensidad renovadas. Una renovación y un lavado de cara de las
composiciones que se aprecia tanto en estudio, pues están presentes y
recopiladas en un disco titulado ‘Mi Gran Noche’ (que en principio sólo se podrá
adquirir únicamente en los conciertos, firmados por el artista) como en
riguroso directo mediante una gira mundial que le ha llevado a Méjico, Estados
Unidos y más allá.
Entrando
ya en materia, diremos que la entrada a la Plaza de Toros el día del concierto
fue bastante peculiar. Podríamos decir que era una fauna muy taurina la que predominaba…
ya que gente de alto postín, concejales y reventas se agolpaban en la puerta
con un nerviosismo bastante contagioso, pero no fue a mayores pues la cola de acceso
era numerosa (prácticamente el medio aforo delimitado estaba repleto) y eso nos
devolvió a la tranquilidad en vistas a nuevas apuestas musicales interesantes
en un futuro próximo.
Clavando
el horario, Raphael se presentó ante el público rebosante de energía, mostrando
ya sobre la mesa y de inicio varias de las canciones que han sido incluidas en
su último trabajo discográfico. Entre ellas, sonaron “No Tiene Importancia”,
“Los Amantes” y cómo no, la que da nombre a todo su proyecto: la enérgica y
festiva “Mi Gran Noche”. Tras este primer envite llegó la primera de las
numerosas ovaciones que fueron adornando el recital.
Sobre el
escenario, ya sin su característica chaqueta negra, Raphael se mostraba
exultante, entregado, agradecido y cercano. Subía y bajaba la pasarela
del escenario como un divo. Entre canción y canción había momentos para
conectar con el público con promesas de venir más a menudo a Alcalá, para decirnos
que él era nuestro Raphael y para charlar largo y tendido sobre la misteriosa
clave del éxito, sobre la relación artista-público, para reconocer a su querido
compositor Manuel Alejandro, para narrar fragmentos de su biografía, de los
años que lleva con un micrófono en la mano… Una celebración de su carrera.
La noche
era espectacular. La Luna, casi llena, iluminaba el cielo y se sentía a lo
lejos el aroma de tormenta de verano, pero no queríamos descentrarnos y perdernos
el espectáculo que teníamos delante. El repaso que Raphael estaba dando a su
obra era para quitarse el sombrero: “Digan Lo Que Digan”, la didáctica y
poderosa “Poco A Poco” (una de mis canciones favoritas descubiertas esa misma
noche), “Nada”… Es decir, insuperable.
Vanidades
aparte, es reconfortante ver que un artista de su edad y veteranía siga
queriendo conmover almas con su voz, que no se ha acomodado en ningún momento. Llevaba
ya un buen número de canciones y su garganta no flaqueó en ningún momento… algo
que no se puede decir de muchos vocalistas actuales, la verdad sea dicha.
En cuanto
a su nivel interpretativo, creo que está mejor que nunca. Su histrionismo y
teatralidad se ha moderado pero es que eso da igual, pues con el paso del
tiempo ha aprendido a proyectar su imagen con tal seguridad, que lo que él
quiere llega al público inmediatamente, al segundo.
El
acompañamiento musical que llevaba a sus espaldas era menor que en otras citas.
No había ‘big band’ u orquesta a sus espaldas, pero los instrumentistas
que le acompañaron esta noche cumplieron el papel a la perfección. No se
percibió ni una carencia de sonido, ningún hueco, ningún vacío o remiendo
postizo. Más bien al contrario, surgieron escenas brillantes como la labor del
pianista en la canción “Despertar Al Amor”, otorgando a la pieza un toque de
elegante Jazz que le sentó muy bien; o como la de la sección rítmica en la canción
“Hoy Mejor Que Mañana”, setentera a más no poder; o la presencia de esa Gibson
dorada en “La Canción Del Trabajo”; o… Miles de detalles y ejemplos.
Siguieron
rodando como si no costara canciones de la talla de “Cuando Tenga
Mil Años” (con un arreglo nuevo Funk más limpio y potente), “Maravilloso Corazón” o “Yo
Sigo Siendo Aquél” (encandilando al público, que rompió en aplausos cuando
Raphael soltó y entonó en alta voz la coletilla final "¡siempre fui yo mismo!"), pero
se oía ya entre el aforo el runrún de canciones como “Balada De La Trompeta”, “Escándalo”,
“Yo Soy Aquél”… Pero no pudo ser. La tormenta de verano que nos estaba rondando
desde el inicio de la noche hizo acto de presencia. La lluvia caía suavemente e
iluminaba como un aura el escenario mientras sonaba mágicamente “Y Fuimos Dos”,
canción con la que se cerró triste y repentinamente el concierto. Tras la última
nota, Raphael cogió el libreto de sus canciones, lo cerró, se lo puso bajo el
brazo, saludó al respetable y se metió en el camerino.
Seguía
lloviendo con calma, pero lloviendo. Los encargados cubrían con una lona el piano y recogían
los instrumentos. Ya no había nada que hacer en el albero. Los asistentes se
empezaron a mover: las señoras cubrían sus permanentes con sus bolsos, los
hombres se encogían de hombros con sus impecables chaquetas y los demás, optimistas, esperábamos a que
escampase. Un minuto, dos… cinco. Nada.
Todos nos dirigimos hacia la salida
principal con el regustillo dulce, pero también a agrio por el final abrupto de la velada.
Fue
entonces cuando a nuestras espaldas escuchamos un ‘click’. Era la voz de
Raphael, que sólo en el escenario, de pie, con un micrófono en la mano y un
paraguas en la otra, nos pedía perdón por lo revoltoso e inapropiado del tiempo
y prometía nuevamente que pronto regresaría a Alcalá. Un entrañable y cariñoso "ohhhh…" sonó al unísono por parte de todo el público que se había girado para
escucharle y así fue como confiando en la palabra de un hombre, de un artista,
todos nos marchamos a casa, al contrario que justamente un minuto antes,
felices y satisfechos.