Mañana a estas mismas horas, el que os escribe se encontrará sobrevolando el cielo de... no sé... algún lugar indeterminado de la Península Arábiga, en dirección Tokyo y en búsqueda de la dueña de este corazón: la bellísima y bondadosa señorita Drewniak.
Anteriormente el mundo era de color blanco como de palidez, negro de desdicha y de innumerables gamas de grises que no quiero ni volver a interpretar (bien lo sabe Dios), pero de la noche a la mañana ¡zas! aquella prisión tan triste y monocromática desapareció. Ahora, con ella a mi lado, puedo decir sin miedo y sin mordaza alguna que he regresado por fin al mundo y que todo vibra y resplandece en colores: el verde es todo campo, el rojo todo pasión ¿y el azul? ¡Ay el azul!
El increíble azul acuarela de su mirada me ha inflamado de vida, sus caricias me han dotado de movimiento, y su delicada voz resuena sin parar en mi mente, deleitándome más que cualquier melodía o canción que haya pasado jamás por mis oídos.
Perfecta encarnación del bien, de lo exquisito y lo elevado... Una diosa en la tierra.
Perfecta encarnación del bien, de lo exquisito y lo elevado... Una diosa en la tierra.
Su sola presencia hace que merezca la pena vivir cada segundo, cada pequeño detalle, cada momento...
Porque usted, amor mío, es el verdadero sentido de la vida.