lunes, 24 de agosto de 2015

Cada uno habla de la feria...

Aunque la mayoría de la gente no se lo crea, resulta que soy muy hábil y que puedo hacer más de una cosa a la vez sin accidentarme ni nada. Para que vean que no miento, mientras estoy repanchingado en una de las terrazas de la feria dando buena cuenta de mi bocata de entresijos (una sana tradición que sigo a rajatabla año tras año desde que tengo uso de memoria) me da tiempo a mirar a mi alrededor, entre bocado y bocado y entre trago y trago de cerveza, en busca de imágenes que satisfagan mi siempre implacable curiosidad. Y es que el paisaje y paisanaje de las ferias es rico en matices y te impacta a cada rato como un torbellino de olor a churros y porras. Así pues, mientras me recreo el gaznate voy tomando nota mental de las pequeñas escenas que captan estos dos ojitos míos color miel para luego pasarlas a escrito. Juzguen y comparen estas imágenes con las que se dan en las ferias y fiestas de vuestro pueblo o ciudad. Es un ejercicio que genera risas de todo tipo. Muy sano y necesario todo. Os hago un pequeño repaso de lo vivido en ese par de horas:

Un chavalillo, con el gesto torcido, intenta recomponer concienzudamente su preciado rosario de plástico fluorescente. Resulta que el amoroso ímpetu de su novia, apalancada y amarrada a su cuello mientras le hacía un chupetón (o le succionaba el alma, que también puede ser), provocó el tremendo desaguisado. Hay cuentas por el suelo. Ella hace gestos con dulzura. Caricias y movimientos suaves. Debe estar solicitando su perdón o apaciguándole. Pero a él, que entre otros datos reveladores sobre su personalidad hago saber que lleva los calcetines a la altura de los sobacos, parece no hacerle ni pizca de gracia la situación… Será muy creyente. 

En otro orden de cosas, los Minions se han convertido en el nuevo Perrito Piloto, en la nueva Muñeca Chochona. Era de esperar. Ellos son muy salaos y sus actuales adversarios no dan la talla. Entre la retahíla de peluches que aparecen colgados de los aleros de las tómbolas y tenderetes me atrevo a describir la notable (por lo de repetitiva, no por la de su calidad) presencia de un elefante azul amorfo que porta con sus dos manitas un cojín en el que pone 'te quiero' con bordados de abuela. Y la de esa anaconda-boa-bicha multicolor pero carente de personalidad que da ganas de todo menos de llevársela a casa. Mi hermano tuvo una de esas serpientes hace muchos años. No sabía dónde meterla. ¡Kampai!

Puestos tradicionales como el de las escopetillas de tapones o los dardos hace unas cuantas horas que dejaron de ser terreno de gozo y disfrute de los más pequeños de la familia para convertirse en las pasarelas de los machos alfa de la ciudad. Cotos privados de testosterona. Ya no hablamos de los punching-ball o los coches de choque. Zona de guerra.

Jóvenes y jóvenas que marchan juntos de la mano hacia lo oscuro, al otro lado de las vallas del recinto ferial. Hay muchos setos. Precaución.


A la salida del recinto, un siseo siniestro surge de una de las múltiples secciones de bombillas de colorines que conforman la puerta de la feria (minúsculo intento de semejarse a las de cualquier pueblo de Andalucía) para dar paso a una cascada de chispas que a su vez da paso a una breve intermitencia que, definitivamente y sin dar ya más paso a nada, se torna en oscuridad absoluta. Ante semejante estampa, unas señoras emperifolladas que pasean por ahí su moños inclinan su opinión hacia el '¡Ohhhhh qué pena!' mientras otras aún más emperifolladas que pasean por ahí sus alhajas responden al contraataque con un '¡Ale ya, se acabó lo que se daba!'  Estampa viva y digna del refranero popular español pues 'cada uno habla de la feria como le va en ella'.

Para terminar. Servidor regresó a casa con la panza saciada, los ojos abiertos y resplandecientes por mil luces, un premio ganado en uno de esos puestos de puntería bajo el brazo y con el espíritu maduro, sereno y apaciguado de la feria que da los años… 

El año que viene más y mejor.

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