Cuando hice la primera historia no sabía lo que era documentarse para que todo pareciera más real, y además no había cogido en la vida una pluma o pincel, por lo que el resultado era una línea fina y limpia de rotulador que ni me convencía ni convence.
En un segundo asalto, después de cierto tiempo, ya sabía lo que era un pincel y una pluma, viniendo con ellos un trazado más lleno y duro, de mi gusto, y en general ya no era todo tan plano.
Por todo esto doy las gracias a mi tía Nieves -que me empujó a entrar en este taller- y a mi profe Malagón.
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