Si se me permite he de decir
que, fuera del ámbito musical y para empezar, hay una cosa que está clarísima:
la portada de este disco es en mi opinión el ejemplo más rotundo de esa expresión
típica que sueltan las abuelas y las madres cuando ven a sus muchachillos con
el alma por los suelos (por múltiples razones que ahora no vienen al caso) y
que viene a decir que lo verdaderamente importante y lo bueno se encuentra en
el interior de cada uno. ¿Me equivoco?
Si se me
permite he de decir que, ya dentro del ámbito musical y para continuar, una discográfica
multinacional se puede encargar de contratar al más moderno e irritante genio de la fotografía, de la
ilustración o del diseño, se puede esmerar con una edición 'digipackdeluxe' con múltiples desplegables, postales de recuerdo,
suculentos extras y demás fruslerías que da igual. Da igual. Si al
final de todo resulta que lo que estás escuchando no es lo que te esperabas,
nada podrá enmascarar la decepción reinante en tu habitación.
Eso nos ha pasado unas
cuantas veces: un empaquetado exterior precioso y dentro un bodrio de sonido.
Pero ojo, también al revés: una estética la-men-ta-ble (por mucho que la
portada sea creación de tu mujer, la artista gráfica brasileña Kim Poor, y resulte ganadora del premio a la mejor
portada de 1976) y en el interior unas canciones que te dejan patidifuso… Tal y
como me ha sucedido recientemente con Steve Hackett y su debut en solitario de
1975 titulado ‘Voyage Of The Acolyte’.
Todo el mundo sabe que soy un
entusiasta del Progresivo, pero eso no significa que me meriende todo lo de ese mundillo sin ton
ni son. Por ejemplo, aún hay alguna que otra pieza de este género que no acaba de encajar en mis oídos como los
ELP (muy virtuosos ellos), Pink Floyd (obviando sus discos totémicos me atrae
más su etapa psicodélica ¡qué se le va a hacer!) o los Genesis de Peter Gabriel
(tan crípticos que se me escapan)… Y ahí
es donde entra a jugar este tipo de álbum para hacer saltar la banca y romper mis
esquemas una vez más.
Aviso a los fans de los
trabajos en solitario de Steve Howe y demás maestros de los maratonianos y ultrasónicos punteos: escuchar 'Voyage Of The
Acolyte' significa enfrentarse a un disco atípico tratándose de la obra en solitario de un
guitarrista de Rock Progresivo. No hallarás nada de egos desmedidos y solos
de guitarra aún más desmedidos. El instrumento de Hackett no destaca en absoluto entre
la maravillosa conjunción de arte que se desparrama a lo largo del minutaje del
álbum. Eso sí, hay mucha creatividad y mucho talento suelto: Mike Rutherford,
Phil ‘chicoparatodo’ Collins, la hermanísima Sally Oldfield, el ex-Roxy Music
Johnny Gustaffson y otros músicos de contrastado nivel que hacen que el
resultado global sea brillante, majestuoso, épico, conmovedor, monumental,
bla bla bla y así ad infinitum.
Este finísimo
trabajo, pese a ser bien recibido por el público y por la crítica, no pasó por su época con toda la gloria y el esplendor que se hubiera merecido. No es de extrañar: la industria musical iba a toda pastilla, la competencia artística era feroz, el tirón Genesis seguía haciendo complicado el
llevar asuntos propios paralelos a la banda madre, ya no estamos hablando de inicios de los 70 en cuanto a
aceptación del Rock-Progresivo (los británicos son unos cainitas muy de modas y en
el horizonte musical de 1975 ya se empezaba a asomar una cosa llamada Punk) y para finalizar de una vez por todas con la retahíla de adversidades, nuestro álbum no incluía entre su listado un
pelotazo como tal. Pero no hay que preocuparse por estas cosillas, porque el tiempo pone
cada cosa en su sitio y poco a poco ‘Voyage Of The Acolyte’ se ha ido
revalorizando en todo su conjunto. Si te atreves a darle al 'play', verás cómo
Steve consiguió su propósito: soltarse, liberarse… Viajar con la música. Y verás cómo te
arrastra con él.
‘Voyage Of The Acolyte’
presenta momentos cumbre verdaderamente impresionantes. Son difíciles de
seleccionar porque se tratan en su mayoría pinceladas, breves pasajes e interludios que
transmiten una belleza de una monumentalidad casi áulica. Así es el caso de las instrumentales "Hands Of The Priestess I y II" y de la gozosa sucesión conformada por “The Hermit” + “Star Of Sirius” (bendito vibráfono) + “The
Lovers”, una comunión de composiciones que se encuentra a un nivel al que muy pocos
coetáneos pudieron llegar.
Otro acierto del álbum es que posee un gancho especial. Desde
los primeros compases hay algo que hace que te quedes pegado y atento hasta el
final de la obra, que tiene como cúspide y cierre a “Shadow Of The Hierophant”. Quieta tensión,
magnético encanto. Recomendadísimo vamos.
Jamás dejaré de asombrarme
ante lo que me rodea. Creo que en ese aspecto soy afortunado. Siempre estoy
como un niño chico. La inmensidad del universo, de este mundo, de la música…
¡Buff! Me relamo pensando lo que aún
queda por descubrir.
al 100% de acuerdo con el disco y hasta con lo de los totems del prog Pink Floyd no son santo de mi devocion salvo el primer disco por ej
ResponderEliminarbernardo de andres herrero: nosotros ya estamos esperando ir de tiendas y hacernos con más discos de este tipo :)
ResponderEliminar¡Abrazos!