‘Win,
Lose Or Draw’ fue el disco que me animó a hacer esta serie de escritos sobre
los Allman Brothers. La idea inicial era hacer un resumen de mis sensaciones
vitales (altamente positivas) en relación con la música de los hermanos para
finalmente terminar con este álbum, que fue el último que me pillé, a modo de nota agridulce. Y es que os puede
parecer raro pero en un primer momento, cuando escuché este disco, no me hizo
mucha gracia. Y lo que aún es peor, me causó indiferencia. Cuantas más veces
me lo ponía más intentaba justificarlo y ver algún detallito bueno. Es como aquello de no querer ver las
carencias o errores de tu hijo… Pero había que hacerlo y decirlo. ‘Win, Lose Or
Draw’ es un álbum falto de intención, inspiración y encanto.
Puede
ser que a estas alturas de la vida mis gustos musicales se hayan ampliado lo
suficiente como para no dejarme sorprender por nada. O que el nombre de una
gran banda no me impida ver la realidad. O que la melancolía no me engatuse y
me haga aceptar pulpo como animal de compañía… O un poco de todo.
Las
cosas estaban así: En 1975 tanto la banda como Gregg y Dickey iban a su bola, estos dos
últimos tenían sus discos en solitario, se enrollaban con Cher, iban en jets
privados y la droga les salía por las orejas. ¿El resultado de todo este
pandemónium? Pues que la magia se perdió y cayeron en la fácil y anodina
repetición de esquemas.
Para
empezar y no perder las buenas costumbres, una versión de Muddy Waters (“Can´t
Lose What You Never Had”) y después una sucesión de temas compuestos por Gregg
y Dickey sin el alma de antaño (“Just Another Love Song” recuerda vagamente a
la dulzura sonora de “Blue Sky”, y “Nevertheless” es negroide como lo
que hacían en los primeros trabajos, pero poco más)
Ni
tan siquiera la canción que da nombre al disco llega a ser sobresaliente. “Win,
Lose Or Draw” será con toda seguridad lo más Country que han interpretado los
Allman Brothers jamás. Suena lenta, desganada y vacía. La guitarra lo intenta
pero… Por Dios, me parece hasta pretenciosa.
Cortesía
de Dickey Betts, “Louisiana Lou And Three Card Monty John” es una especie de tregua
a tanto hastío. No sé qué les pasó en el estudio de grabación, pero aquí
tenemos uno de los pocos momentos disfrutables y frescos del álbum. Bueno, y también
“High Falls” es la otra pieza que se salva de la quema. Una compleja y larga
instrumental que recuerda a esos tiempos del Fillmore en que los miembros de la
banda tocaban todos al borde del éxtasis como un solo ser y nos elevaban al
cielo. A esos tiempos en que yo iba con mis cascos flipándolo por la Calle
Mayor mientras estos tipos, imbatibles, le daban caña al Rock Sureño.
El
cierre de este disco es una composición original de Billy Joe Shaver, “Sweet
Mama”. Un intento de dejar un buen sabor de boca al oyente con una simpaticona
canción que suena a saloon polvoriento, trampas de cartas y correrías.
Espero que os hayan gustado estas entradas tanto
como a mi el escribirlas con los Brothers como banda sonora. A partir
de ahora seguiré, como siempre, con mis diversas movidas musicales, mis dibujitos y lo que se
me ponga por delante.
¡Zarzaparrilla
para todos!
Me ha gustado mucho toda la serie y este final también, no es un disco que este al nivel de los anteriores ni mucho menos, efectivamente las vidas de cada miembro ha cambiado mucho, aqui convertidos en esa especie de niños estrellas grandes tan habitual la magia se disuelve en whisky.
ResponderEliminarFelicidades por este repaso de una etapa de gloria de una de las bandas más grandes de este invento.
Abrazo.
Addison de Witt: El whisky, que tan rico sabe en determinados momentos, al final puede ser lo peor de lo peor.
Eliminar¡Abrazotes!